20 febrero 2010

mi reserva


2 comentarios:

zaxanaercis dijo...

Érase una vez una vez una pequeña y bonita cabra con un
hermoso cuerpo azul. Se llamaba Kabrablue.
Kabrablue vivía en el bosque y, aunque estaba sola, nunca
se aburría. Pasaba todo el día de un lado para otro, buscando
cosas nuevas, encontrando pequeños tesoros que recogía y
colgaba de las paredes de su refugio. Jugaba, subía riscos,
arrancaba flores silvestres y cuando tenía ganas de ver
mejor las estrellas trepaba hasta la rama más alta de un
árbol y allí las contemplaba con sus enormes ojos llenos
de luz.

Un día fabricó unos pinceles con pequeños palos y hierbas
secas y, utilizando colores que extraía de las piedras del
bosque, pintó todo a su alrededor: el suelo, las rocas, los
troncos de los árboles, las flores desteñidas por la lluvia...
Todo lo llenó de color. Y se sentía feliz. Como se perfeccionaba
cada día más, se decidió a pintar sobre su propio cuerpo,
utilizando el espejo de las aguas transparentes de un riachuelo, un
dragón negro. Estaba preciosa y, como además era muy coqueta
y quería estar sexy, recogía hojas y trozos de retales perdidos
y se confeccionaba ''desiguales''
vestidos diseñados por ella.

De pronto, una mañana despertó con mucho apetito; pero no quería
comer lo de siempre. Sin saber la causa comenzó a mordisquear
pescado crudo y brotes de soja que crecían entre la espesura...
Sus ojos, de manera extraña, empezaron a rasgarse y cuando
escribía sobre los troncos con sus pinceles de color, ya no
le salían las letras habituales sino otras distintas y
desconocidas, como signos raros. Empezó a mezclar las nuevas
letras con dibujos que surgían espontáneos de su cabeza,
dibujos de telas de seda, de cabellos recogidos con palillos,
de cerezos en flor, de caras cubiertas con polvo de arroz ...

Así pasó bastante tiempo.

Despertó un día al alba, más temprano que nunca y con una
especie de desasosiego mezclado con alegría que retorcía
su corazón. Tardó un poco en darse cuenta, pero cuando sus
ojos se acostumbraron a la semioscuridad, vio al lado de
su cama una maleta, un sable de samurai y un maravilloso
kimono rojo y verde. Entonces lo supo. No lo dudó. Supo
donde tenía que ir, cual era su destino. Cogió la maleta,
se vistió el kimono y, con pasitos cortos y lentos, empezó
a andar.

kabrablue dijo...

jloin, la kabra se ha emocionao!!